Teddy, 20 de marzo

Teddy 20 de marzo 14 horas
Ya estaban tomando el desvío hacia el puerto por la autopista A3, el viaje se le estaba haciendo corto. En la parte de atrás del camión IVECO, él y otros diez soldados mantenían una calma contenida y un tenso silencio. Teddy fumaba un cigarrillo tras otro, no estaba en su mejor forma, pero no estar en su mejor forma para Teddy era un estado muy superior a la media.
Se había armado con la ametralladora G36 y varios cargadores de treinta balas, así como con la reglamentaria Llama y cuatro cargadores de quince proyectiles, completaba el arsenal con una granada Alhambra, a la que prometía dar un buen uso.
Al entrar en Valencia por la avenida del Puerto, por la ventana trasera del vehículo contemplaron la decadente situación de la ciudad, el vehículo iba rápido, con lo que lo que no podía detener su mirada demasiado tiempo en el mismo punto, la sensación que tenía era de ciudad fantasma, el olor a ceniza comenzaba a inundar el ambiente de la parte trasera del vehículo. Cuando estaban llegando a la avenida Reino de Valencia, lo vio, era el primer infectado que veía, un hombre vestido con uniforme de barrendero con toda la espalda empapada en sangre golpeaba su cabeza contra el tronco de un árbol, lo golpeaba de una manera constante y rítmica, no era una actitud, desde luego, racional, al escuchar el ruido de los camiones se giró y comenzó a caminar hacia ellos. Teddy le vio los ojos, inyectados en sangre, la mandíbula literalmente desencajada, arrastraba los pies lentamente. Desenfundó su Llama M—82 pero no tuvo tiempo de apuntar, mientras, un escalofrío de terror recorría su espalda.
Al llegar al ayuntamiento se apearon de los camiones, rápidamente Gálvez ayudó a Ramos y Alemany a preparar la Browning en una torreta, la situaron ante la puerta del ayuntamiento, cubriendo sus espaldas contra la misma. Los francotiradores se situaron en posición.
No había ni un alma, los Grupos comenzaron a avanzar en abanico.
—Tirad a matar —espetó Alemany.
 —Es todo un poeta —pensó Teddy.
El grupo de Teddy avanzó en dirección este hacia la estación de Xátiva, iban Mac y Suárez en primera línea, otros tres hombres en segunda, cuatro tras ellos y Teddy cerraba el grupo. El silencio era aterrador, es curioso como se oye silbar el aire en una ciudad sin energía, sin coches, sin ruido… Bueno, en realidad sí había coches, pero prácticamente desguazados, parabrisas rotos, incluso vieron un autobús y una ambulancia que se habían estrellado el uno contra el otro.
—Menuda fiesta se han pegado aquí anoche, y luego se han pirado todos, no hay ni un solo cuerpo —pensó Teddy.
Al llegar a la calle de Xátiva continuaron avanzando por la calle Bailén, dejando atrás la estación de tren y la plaza de toros.
—¿Todo en orden Grupo Mac? —sonó la voz de Alemany por el transmisor.
—Ni un puto alma —contestó Mac.
Sin embargo, aquellas palabras fueron como el abracadabra, un estruendo irrumpió a sus espaldas, provenía de la estación de tren, el silencio desapareció en pos de unos gritos desgarradores, la pequeña escuadra se giró de golpe al unísono, un sonido lento pero in crescendo continuo se acercaba desde la estación.
—Posición de combate.
El característico sonido de las armas preparadas, y amartilladas apenas sí se pudo oír, ya que el rugido masivo y estruendoso se acercaba cada vez más, en ese momento como si de una manifestación se tratase, un grupo de “cosas” tomó la curva de la calle Bailén. Eran unas treinta personas, o lo que quedaba de ellas, todos arrastraban al unísono los pies y se estaban acercando a un ritmo lento pero constante. Había hombres y mujeres adultos, adolescentes y niños, a alguno le faltaba un brazo, otros mostraban sus carnes desgarradas. A Teddy le llamó la atención una mujer oronda vestida de enfermera, le faltaba la mitad derecha de la cara, la herida parecía cauterizada. A su derecha por detrás, Teddy percibió el inconfundible olor del orín, el soldado Morales se había orinado encima, Mac se había quedado sin palabras, no daba ninguna instrucción. Teddy tomó la iniciativa, a pesar de estar completamente acongojado:
—Alemany vienen unos treinta todavía no los tenemos a tiro, son asquerosos.
—¿Alguno sano? —se oyó por el transmisor.
—Negativo.
La comitiva de bienvenida seguía acercándose…..
—¡Quietos! —gritó Teddy—. A mi señal los freímos.
Estaban a unos cincuenta metros, pasaron unos segundos que se hicieron eternos hasta que….
—¡¡FOLLÁROSLOS A TODOS!! —gritó Teddy mientras comenzaba a disparar a quemarropa, sus compañeros hicieron lo propio.
Tras treinta segundos de estruendosa mascletá con polvareda incluida, ante sí yacía el grupo de rabiosos.
—No ha sido para tanto —exclamó Mac con una voz temblorosa por la adrenalina.
—Otro puto abracadabra, mejor estarías callado, cabrón de los cojones —pensó Teddy.
En ese momento los infectados comenzaron a incorporarse, no todos, pero sí la mayoría, se levantaron y comenzaron a andar de nuevo.
—¡Me cago en la puta, disparad! — otra ráfaga más corta que la anterior—. Retroceded unos metros —.  Lentamente, el grupo de Mac, que ya era el grupo de Teddy, avanzó de espaldas.
Teddy se fijó en la enfermera sin cara, vio como se levantaba despacio, sacó su Llama reglamentaria, apuntó a la cabeza y disparó, el cuerpo de la gorda cayó a plomo. Entonces se dio cuenta, mientras los demás monstruos se ponían de pie y comenzaban a caminar hacia ellos lentamente.
—¡¡Joder, disparadles en la cabeza!!
Esta ráfaga tuvo un ritmo más reflexivo, pero mucho más efectivo… Se oyeron algunas risas, y algún que otro suspiro entre el grupo.
—¡Alemany, nos los hemos follado! Si veis alguno disparad a la cabeza, o se levantarán.
Entonces Teddy vio como un grupo muy superior al anterior giraba en la calle Xátiva hacia ellos, los disparos los habían atraído sin duda, no pudo calcular cuántos eran, parecían más de un centenar.
—Grupo Uno al habla, se nos acerca una manifestación de frikis, son demasiados, por favor, Alemany envíanos refuerzos.
—Grupo Dos y Tres, retroceded y echad un cable al Uno —dirigió Alemany.
—Grupo Dos al habla, recibido, por aquí todo limpio, vamos.
—¡Grupo Tres al habla! Negativo, nos están atacando, estamos entretenidos.
—¿Teddy, podéis echarles un cable?
—¡Su puta madre, aquí vienen más de cien hijos de puta! ¡Mándanos a alguien, o ven con la puta Browning!
—¡Alemany! ¡Alemany responde! ¡Joder!

En ese momento se perdió la comunicación entre las escuadras…


Sandra


Sandra 19 de marzo 20 horas.
Tenía que dejar aquel trabajo, si es que se le podía llamar así. Le quedaban unos miles de euros para la entrada de la casa ibicenca en Sant Antony. A sus treinta años, difícilmente podría ya triunfar como modelo, los únicos trabajos que le ofrecían eran de promotora o azafata y no estaban bien pagados. No digamos de camarera, las últimas veces que la habían contratado, se pasaba la noche apartando moscones y por treinta euros la noche el propietario creía que también se iba a bajar las bragas. Así que en vez de por treinta, un par de años atrás, decidió hacerlo por tres mil. Muchas veces se arrepintió de no haber estudiado lo suficiente, de haberse dejado tentar por el dinero rápido, por los desfiles, por los castings... Era tan bonita que creyó que se comería el mundo, y el mundo se la comió a ella.
Ahora se veía más atractiva que nunca, pero como casi todo, aquello también tenía fecha de caducidad. Había ganado mucho dinero en los últimos dos años, otros dos más y podría retirarse para siempre en Ibiza, en la isla que le había dado la poca paz que le quedaba.
Cuando dos años atrás entraba en aquella agencia de modelos nunca pensó que le ofrecerían otra posible perspectiva de cómo ganarse muy bien la vida, la cogieron en un momento débil y se dejo llevar. Cuando algún cliente le preguntaba por qué se dedicaba a aquello, siempre contestaba lo mismo, sabía que querían escuchar una historia triste, un padre alcohólico, una madre drogadicta, un bebé inesperado en la adolescencia, un novio maltratador... Sabía que aquellas historias despertaban una mezcla de culpabilidad y paternalismo en sus clientes que generaba propinas directamente proporcionales. Pero a pesar de toda aquella inventiva, la realidad no era otra que la estrictamente monetaria. Además los clientes que acudían a aquella agencia de modelos no eran de cualquier bagaje, había tenido que acompañar a cenas, cocktails, branchs y demás a gente de elevado nivel social y económico, rematando la faena en hoteles de lujo.
No sería distinto aquella tarde, se había puesto el Gucci negro que tan bien le quedaba, había guardado, como siempre, la Beretta y el spray de pimienta, junto con el maquillaje, y unas bailarinas de repuesto en su Louis Vuitton, porque le gustaba sentirse segura. Abandonó su ático de lujo en la calle Sueca, en busca de un taxi que la llevara al Zenit del ayuntamiento. Al salir del portal notó un intenso olor a ceniza.... Ya está, siempre hay algún imbécil que le prende fuego a una falla antes de tiempo. Observó a la gente más exaltada de lo habitual incluso para ser Fallas. Un policía esposaba a un tipo con aspecto de turista inglés que se revolvía violentamente boca abajo en el suelo. En ese mismo momento, vio a sus vecinos, el banquero y su novia, en la acera de enfrente, salían corriendo de un puesto de cervezas mientras un grandullón pelirrojo les perseguía. Él se abalanzó sobre un taxi que se paró en seco. Mientras un tipo de baja estatura, con bigote y cara triangular se abalanzó sobre ella. Sandra dio un paso atrás y le lanzó una de esas patadas con giro que había aprendido en full contact, como ya he dicho le gustaba sentirse segura, esta vez le costó mantener la vertical por los tacones Manolos que se había puesto. Así que se los quitó y los cogió con su mano izquierda, el hombrecillo se estaba levantando lentamente mientras la miraba a los ojos y un hilo de baba resbalaba por su barbilla. Sandra no se lo pensó y le lanzó una patada en la boca que le hizo crujir el cuello. Al estar descalza el dolor fue indescriptible. Cojeando quiso dar la vuelta a casa pero varios tipos que caminaban lentamente obstruían la calle avanzando hacia ella. Uno de ellos saltó sobre la espalda del policía que todavía luchaba con el tipo inglés y le asestó un mordisco en la nuca, arrancándole tiras de piel y carne. El terror hizo presa en Sandra e intentó avanzar en la otra dirección tras sus vecinos, pero el enano bigotudo ya estaba de pie, y con los ojos ensangrentados la flanqueaba mirándola fijamente. A la mierda —exclamó—, tiró los zapatos, sacó de su bolso el spray de pimienta y roció a aquel psicópata en toda la cara.
Siguió avanzando con una leve cojera mientras vio a su vecino correr detrás de un taxi que lo dejaba atrás. Otro taxi paso en ese momento a toda velocidad, Sandra le hizo seña de parar pero sabía que tenía pocas probabilidades de éxito dada la escaramuza surrealista que se había montado.

Unos doscientos metros más adelante vio como su vecino se situaba en medio de la calle para frenar el vehículo que ilógicamente aceleró más e hizo saltar al banquero dos metros por el aire, cayendo como un peso muerto en el suelo. Mientras, un grandullón pelirrojo avanzaba lentamente hacia el cuerpo tirado en la calle...

Teddy.


Teddy, 20 de marzo. 12 horas.
El teléfono móvil le despertó, la habitación apestaba a alcohol y a tabaco. No recordaba muy bien dónde estaba. No, no era la litera del cuartel, estaba en casa, la luz del sol inundaba la habitación desde la ventana. Otra vez se le había olvidado bajar la persiana al acostarse. Se incorporó en la cama, la sensación de presión en las sienes le recordó los excesos de una noche sin alma, no de una manera lineal sino con flash backs vergonzantes. Una vez más tuvo aquella sensación de haber hecho algo terrible y no recordarlo. Al levantarse de la cama se sintió ebrio, necesitaba una ducha, un café y un cigarrillo. Empezó por esto último y sintió una arcada. Vio el teléfono móvil tirado en el suelo junto a sus pantalones. Al agacharse para recogerlo se mareó. Siete llamadas perdidas, siete llamadas de la base de Bétera donde le habían trasladado hacía un año. Es mi puto día libre pensó. Se fumó el cigarrillo que le supo a ron y pastoso. Encendió otro y tocó la tecla de llamada en su teléfono....
—No me importa—gritó una voz grave al otro lado del auricular—en una hora tienes que estar aquí.
Era el teniente Alemany, hombre de acción y pocas palabras. Si le interrumpía en su día libre, algo estaba pasando.
Treinta minutos, dos ibuprofenos, una ducha y tres cigarrillos después, Teddy estaba sentado junto con otros treinta y nueve soldados escuchando con atención a su teniente, que mientras hablaba paseaba de un lado a otro del estrado de la sala de reuniones el cuartel.
—Como habrán podido ver en los informativos, Valencia esta descontrolada. La policía ha perdido el control.
De qué coño estaba hablando, pensó Teddy. Debía estar borracho todavía.
—No sabemos el motivo, no sabemos la causa. Creemos que es una plaga de rabia que se ha extendido a casi la totalidad de la población de Valencia y que comienza a tener brotes en Madrid, Barcelona y Sevilla. Se ha declarado el estado de excepción. El grupo de operaciones especiales de Rabasa ya ha sido repelido, ha sido una matanza…
A Teddy le daba vueltas la cabeza. Tuvo que ponerse la mano en la boca para no vomitar. No entendía nada.
—Sus instrucciones serán entrar en la ciudad, disparar a matar a todo el rabioso que encuentren y sacar de allí a los pocos sanos que quedan. Hace una hora el ministro de Defensa nos ha dado esta misiva. La situación es tan grave que si no frenamos la pandemia.....—hizo una pausa eterna y pareció que iba a llorar, intentando añadir solemnidad a su discurso— volarán la ciudad....
Teddy no aguantó más, vomitó el café que llevaba dentro.
El teniente le miró con resignación, vio como otros soldados apenas si podían contener las lágrimas.
—Compañeros, esta ciudad, este país está en nuestras manos. No sabemos a qué nos enfrentamos, pero si algo nos caracteriza son nuestros cojones y nuestro corazón. No sé quién ha extendido esta mierda, pero os juro por mi alma que lo pagará.
Eso era todo, al muy imbécil no se le ocurría nada más, pensó Teddy mientras el hedor a vómito, su vómito, se extendía por la sala.
—Solamente saldrán de la ciudad las personas sanas, os aseguro que por desgracia sabréis quien está sano y quien no con un simple vistazo. Hemos evacuado algunos de los sanos a Mallorca...

¿Los sanos? A Mallorca, joder, a la playa de vacaciones. ¿Por qué coño a Mallorca? pensó Teddy
—Porque en las islas no ha habido ningún brote en estas veinticuatro horas... Creemos que tampoco en el norte...
La base de Pollensa está controlando las entradas en la isla en el aeropuerto de Son San Juan.
Joder, estaba tan aturdido que no lo había pensado, lo había preguntado en voz alta.....
—En diez minutos salimos, os acompaño, entraremos por el puerto hasta el ayuntamiento, allí dejaremos los camiones y haremos cuatro grupos de diez en abanico para peinar la ciudad. Coged las Llama, los rifles de asalto y toda la puta munición que podáis sin que os convierta en tortugas. Los grupos de inmunes los debemos reunir en el ayuntamiento donde el sargento Ramos y yo os esperaremos, nos parapetaremos con la Browning junto a los camiones y acabaremos con todo aquel que eche espuma por la boca.... En el tejado del ayuntamiento Gálvez y Morata os vigilarán como francotiradores con sus Barret.

Se los llevan a una isla porque no están seguros de que estén sanos y así los tendrán aislados, pensó Teddy, debe de ser terrible si nos mandan matar a los nuestros, no aguantó más y volvió a vomitar...

Noche de Fallas.


Noche de Fallas.
Antes de salir hacia el aeropuerto quisimos ir a ver por última vez las luces de la calle Sueca, al lado de casa.
Compartimos unos buñuelos mientras paseábamos y observé que la gente estaba más exaltada de lo habitual. Unos policías metían en la lechera a un grandullón que babeaba sangre. Entonces le vi, un tipo pelirrojo con la mirada perdida nos venía siguiendo.
Olía a quemado, parecía como si lloviera ceniza, algún gilipollas había prendido fuego a una falla antes de tiempo.
Nos paramos en un puestito a tomar una última cerveza antes de ir a por las maletas a casa. Desde el espejo de detrás de la barra pude ver al pelirrojo mirándonos con los ojos ensangrentados.
—Espérame aquí —le dije a Noa.— Te quiero —pensé.
Me acerque al borracho pelirrojo.
—¿Por qué nos sigue? ¿Quieres algo?
No contestaba, seguía mirando por encima de mi hombro derecho a Noa que nos observaba preocupada desde la barra.
—Pírate de aquí o te voy a arrancar la cara a hostias —le dije sin pensar muy bien en las consecuencias.
Entonces dejo de mirar a Noa y me miró a los ojos, sus pupilas estaban tan dilatadas que no se podía distinguir el color del iris, su mirada estaba inyectada en sangre y un hilillo de baba colgaba de su boca.
Con una voz asombrosamente grave me espetó:
 —Está escrito que tú acabes con esto, pero solo si yo lo permito.
Entonces todo estalló...
El pelirrojo se lanzó a mi garganta, creo que intentando morderme. En aquel momento lo creí, hoy estoy seguro.
Le golpeé con todas mis fuerzas, apenas se tambaleó. Volví a darle un derechazo en la barbilla pero seguía en pie. Pude ver que había una silla justo detrás de él, decidí empujarlo de un golpe seco, al tropezar con la silla se fue al suelo. Me giré hacia Noa y vi que otros tipos se acercaban a ella arrastrando los pies, cada vez llovía más ceniza. En una de las mesas del chiringuito había una botella de ginebra medio vacía, la cogí y se la rompí en la cabeza a uno de los tipos que también se fue al suelo; con la botella rota amenace al otro tipo que seguía avanzando hacia nosotros lentamente, no se detenía, decidí coger a Noa de la mano y salir corriendo. En ese momento pasaba un taxi, le hice seña y no me hizo ningún caso, así que decidí saltar al centro de la calzada y ponerme en su camino. Frenó en seco.
—Hay que salir de la ciudad —gritaba el taxista.
—Llévanos al aeropuerto —le grité yo.
Abrimos la puerta del vehículo y Noa se subió, cuando yo estaba a punto de entrar, algo me agarró de la espalda. El taxista aceleró a tope y pude ver a Noa gritando y llorando en la parte de atrás mientras el coche se alejaba. Tardé mucho en volver a verla.

Con mi codo derecho golpeé varias veces en las costillas a quien me agarraba hasta que por fin me soltó. Era el grandullón pelirrojo, comencé a correr detrás del taxi que cada vez estaba más lejos.

19 de Marzo de 2012. Domingo. Valencia.

19 de marzo de 2012. Domingo.
Era nuestro tercer año de Fallas. Me levanté pronto, ella se quedó durmiendo, qué guapa estaba cuando dormía. Me puse una camiseta vieja y bajé a correr un par de kilómetros. Todavía quedaban resquicios de la estrepitosa noche anterior, crápulas volviendo a casa caminando como autómatas, el suelo sucio, algún extranjero durmiendo en un banco..... La ciudad se desmoronaba en estas fechas.
Cuando llegamos, hace ya tres años, no valoramos convenientemente el ático de diseño en el que vivíamos. A Noa le encantó, y no sé decirle que no pero ahora, después de una semana sin poder pegar ojo, al igual que el año pasado y todavía peor que el primero, puedo asegurar que cometimos un grave error.
Después de correr veinte minutos y esquivar algún que otro transeúnte amamantado por Baco, volví a casa, no sin antes echar de nuestro portal a un alemán borracho que olía a orines.
Noa seguía durmiendo, así que subí a la segunda planta del dúplex donde tengo mi pequeño gimnasio, hice mis doscientos cincuenta abdominales diarios y trabajé la espalda sin forzar.
Me duché y le preparé el desayuno a Noa, mientras acababa de exprimir la última naranja que nos quedaba, mi futura mujer entró en la cocina con cara de no haber dormido muy bien. Nota: comprar naranjas cuando volvamos de vacaciones.
Esa noche nos íbamos a casa a preparar la boda, teníamos el vuelo a las once de la noche. Una semana lejos del trabajo me parecía poco, pero tenía que bastar. Estamos muy estresados, pensé, con la que estaba cayendo no era el mejor momento para ser director de sucursal bancaria, pero en fin, me daré con un canto en los dientes.
Después de leer el periódico en mi iPad, pude desde la cocina ver a Noa saliendo de la ducha, estaba morena y sexy, su melena más negra de lo habitual al estar empapada. La abracé, hicimos el amor, en aquel momento no podía ni imaginarme que esa podría ser la última vez que lo hiciéramos...