Sandra


Sandra 19 de marzo 20 horas.
Tenía que dejar aquel trabajo, si es que se le podía llamar así. Le quedaban unos miles de euros para la entrada de la casa ibicenca en Sant Antony. A sus treinta años, difícilmente podría ya triunfar como modelo, los únicos trabajos que le ofrecían eran de promotora o azafata y no estaban bien pagados. No digamos de camarera, las últimas veces que la habían contratado, se pasaba la noche apartando moscones y por treinta euros la noche el propietario creía que también se iba a bajar las bragas. Así que en vez de por treinta, un par de años atrás, decidió hacerlo por tres mil. Muchas veces se arrepintió de no haber estudiado lo suficiente, de haberse dejado tentar por el dinero rápido, por los desfiles, por los castings... Era tan bonita que creyó que se comería el mundo, y el mundo se la comió a ella.
Ahora se veía más atractiva que nunca, pero como casi todo, aquello también tenía fecha de caducidad. Había ganado mucho dinero en los últimos dos años, otros dos más y podría retirarse para siempre en Ibiza, en la isla que le había dado la poca paz que le quedaba.
Cuando dos años atrás entraba en aquella agencia de modelos nunca pensó que le ofrecerían otra posible perspectiva de cómo ganarse muy bien la vida, la cogieron en un momento débil y se dejo llevar. Cuando algún cliente le preguntaba por qué se dedicaba a aquello, siempre contestaba lo mismo, sabía que querían escuchar una historia triste, un padre alcohólico, una madre drogadicta, un bebé inesperado en la adolescencia, un novio maltratador... Sabía que aquellas historias despertaban una mezcla de culpabilidad y paternalismo en sus clientes que generaba propinas directamente proporcionales. Pero a pesar de toda aquella inventiva, la realidad no era otra que la estrictamente monetaria. Además los clientes que acudían a aquella agencia de modelos no eran de cualquier bagaje, había tenido que acompañar a cenas, cocktails, branchs y demás a gente de elevado nivel social y económico, rematando la faena en hoteles de lujo.
No sería distinto aquella tarde, se había puesto el Gucci negro que tan bien le quedaba, había guardado, como siempre, la Beretta y el spray de pimienta, junto con el maquillaje, y unas bailarinas de repuesto en su Louis Vuitton, porque le gustaba sentirse segura. Abandonó su ático de lujo en la calle Sueca, en busca de un taxi que la llevara al Zenit del ayuntamiento. Al salir del portal notó un intenso olor a ceniza.... Ya está, siempre hay algún imbécil que le prende fuego a una falla antes de tiempo. Observó a la gente más exaltada de lo habitual incluso para ser Fallas. Un policía esposaba a un tipo con aspecto de turista inglés que se revolvía violentamente boca abajo en el suelo. En ese mismo momento, vio a sus vecinos, el banquero y su novia, en la acera de enfrente, salían corriendo de un puesto de cervezas mientras un grandullón pelirrojo les perseguía. Él se abalanzó sobre un taxi que se paró en seco. Mientras un tipo de baja estatura, con bigote y cara triangular se abalanzó sobre ella. Sandra dio un paso atrás y le lanzó una de esas patadas con giro que había aprendido en full contact, como ya he dicho le gustaba sentirse segura, esta vez le costó mantener la vertical por los tacones Manolos que se había puesto. Así que se los quitó y los cogió con su mano izquierda, el hombrecillo se estaba levantando lentamente mientras la miraba a los ojos y un hilo de baba resbalaba por su barbilla. Sandra no se lo pensó y le lanzó una patada en la boca que le hizo crujir el cuello. Al estar descalza el dolor fue indescriptible. Cojeando quiso dar la vuelta a casa pero varios tipos que caminaban lentamente obstruían la calle avanzando hacia ella. Uno de ellos saltó sobre la espalda del policía que todavía luchaba con el tipo inglés y le asestó un mordisco en la nuca, arrancándole tiras de piel y carne. El terror hizo presa en Sandra e intentó avanzar en la otra dirección tras sus vecinos, pero el enano bigotudo ya estaba de pie, y con los ojos ensangrentados la flanqueaba mirándola fijamente. A la mierda —exclamó—, tiró los zapatos, sacó de su bolso el spray de pimienta y roció a aquel psicópata en toda la cara.
Siguió avanzando con una leve cojera mientras vio a su vecino correr detrás de un taxi que lo dejaba atrás. Otro taxi paso en ese momento a toda velocidad, Sandra le hizo seña de parar pero sabía que tenía pocas probabilidades de éxito dada la escaramuza surrealista que se había montado.

Unos doscientos metros más adelante vio como su vecino se situaba en medio de la calle para frenar el vehículo que ilógicamente aceleró más e hizo saltar al banquero dos metros por el aire, cayendo como un peso muerto en el suelo. Mientras, un grandullón pelirrojo avanzaba lentamente hacia el cuerpo tirado en la calle...

0 comentarios:

Publicar un comentario